miércoles, 30 de abril de 2014

Osornino filmará su épico viaje en silla de ruedas hasta el desierto de Atacama

 Joven profesional que sufre una paraplejia desde 2003, afina detalles para realizar un documental que registre un viaje desde Osorno a Atacama en una bicicleta adaptada.


 En enero de 2003, Juan Luis Dumont, de 36 años, despertó en el antejardín de su casa sobre una mata de chilcos. Intentó ponerse de pie, pero no se podía mover. Tuvo la certeza que algo grave había ocurrido. El diagnóstico: paraplejia toráxica T11 y T12.

Una caída desde el segundo piso de su casa en Osorno produjo el accidente que podría haberle cambiado la vida. Su optimismo y perseverancia dijeron lo contrario y hoy -montado en una silla de ruedas- dice estar "más activo que nunca".

Apasionado por el rock, el bicicross, la naturaleza y el inglés, Juan Luis Dumont tiene un sueño que comenzó hace 9 años y que quiere hacer realidad en 2013: Una película – documental que registre unviaje épico desde Osorno hasta el Desierto de Atacama a bordo de su silla de ruedas como bicicleta adaptada.

No será un viaje como cualquier otro. Lo suyo pretende ser un mensaje de esperanza, un desafío a la voluntad, un recorrido que incluirá visitas a centros de rehabilitación, música y naturaleza.

Desde hace tiempo que se prepara para ese desafío: diseñó una bicicleta especial, realizó un viaje en solitario desde Temuco a Osorno en enero de 2012, subió a la Cordillera de Nahuelbuta en Angol y fue a Lonquimay en plena época del terremoto blanco.

viernes, 25 de abril de 2014

Solo entre tanta gente - 6




“Faltan quince minutos para las ocho y espero sentado en una banca frente a un monumento en la plaza de Los Ángeles. El hombre, el profesor, el desconocido, mi padre debe estar por llegar. Jamás he dudado de que vaya a fallar. Sé que va a llegar. Sabe que sólo necesito conversar y aclarar dudas. Sólo esta ocasión y desapareceré para no volver jamás. Mi única intención es alejar fantasmas y cerrar para siempre esa puerta.

A las ocho de la noche llega aquel hombre que tanto imaginé e idealicé. Se sienta a mi lado en la banca e intentamos ponernos al día. Nos contamos sobre nuestras vidas, un repaso rápido. Me cuenta que pasa por un mal momento con su esposa. Una crisis. Me agradece que todo lo que hice por ubicarlo, fuera así, de bajo perfil, sin tanto ruido. – Que aparezca un hijo ahora, de 33 años, sin que nadie haya sabido antes, es para que me echen de la casa altiro…

Me habla de sus hijos y del poco respeto que le tienen. De su hijo universitario que se llama igual que yo. Jamás supo el nombre que mi madre me puso, por eso hay dos hijos con el mismo nombre. Esa es una primera interrogante resuelta.

Se acuerda de cuando conoció a mi madre. Tenía 17 años. Mi madre era un poco mayor. Ella trabaja como asesora del hogar en Los Ángeles. Él era solo un pendejo pasándolo bien. Se llevaban bien, me cuenta. Anduvieron juntos como un año. De repente llegué yo al mundo. Mi madre se fue de Los Ángeles. Cero apoyo. Él no tenía idea de qué hacer. Era sólo un cabro chico, dice. Asegura que intentó buscar a mi madre, pero que nadie le ayudó. No hubo forma de encontrarla y después dejó las cosas en manos de su padre, mi abuelo.

Soy el mayor de seis hermanos. Ninguno de los cinco sabe que existo siquiera. Me dice que está cansado de hacer clases, que hace rato perdió el amor por enseñar, por el aula, por los alumnos y que hoy busca un trabajo administrativo. Me habla de su afición por la música. De sus escapes cuando era chico. De lo controlado que lo tenía su padre. De algunas de sus aventuras amorosas.

Siento amargura. Tristeza. Es una decepción conocer a este hombre. Absolutamente normal, cansado, hastiado de vivir. Sin sueños. Marcando el paso. Sobreviviendo.

Esperaba un hombre esperanzado en un mundo mejor. Con ideales. Algo que me hiciera entender quién soy, hacia dónde voy, qué quiero de la vida y nada. Decepción absoluta.


Intercambiamos teléfonos y nos prometemos estar en contacto, o al menos vernos cuando él tenga algún viaje al sur. No hay nada, no habrá nada. Los dos lo sabemos, pero igual anotamos el número.