“Hola. Ahora sí puedo firmarte el disco”, me dice Daniela Aleuy acercándose a la barra del Bar La Perrera donde yo termino mi cerveza.
Me doy vuelta, la miro y me sonríe. Encuentro que de cerca parece más frágil y tierna que verla en el escenario. “¿Cuándo fue la última vez que viniste a Temuco?, ¿Te acuerdas?”; le pregunto. Me dice que en el 2001.
“Viniste al Hotel La Frontera. Yo estuve ahí. Te trajo Radio Romántica. Saliste con un vestido rojo. Te veías increíble. Fuimos con tres amigos más. Uno de ellos estaba loco por ti. Hablaba todo el día de ti”, le cuento.
Daniela Aleuy abre los ojos. Empieza a preocuparse. Al parecer la llama la atención tanto detalle de algo que pasó hace mil años. “Le avise a mi amigo que te adora, pero vive en Angol y no alcanzaba a llegar”.
Pienso que Daniela Aleuy cree que ese ‘amigo’ casi psicópata soy yo mismo. Su cara es de “a qué hora este loco saca el cuchillo que tiene oculto en la casaca”.
Le digo que la sigo desde hace años. Que tengo sus dos discos y que sólo me falta este que me acaba de autografiar. Omito decirle con que sueño que me cante alguna canción al oído o que alguna ex me haya escrito una canción como las que ella compone.
Me cuenta que Julio Osses (autor del libro “Exijo ser un héroe”, la biografía autorizada de Los Prisioneros) le ayudó a componer algunos temas de su segundo disco. “¿¿Julio Osses, el periodista??”. “Si, el mismo. Escribe bastante bien fíjate”.
“Me gusta Santiago. Viví tres años allá. Me gusta porque siento que todo lo bueno pasa allá. Todos los artistas están allá. Por eso es bueno que vengas a regiones”, le digo. “A mí no me gusta mucho Santiago por lo mismo. Prefiero salir”, me dice.
Daniela Aleuy me firma el disco. “Gracias por el interés. Dale saludos a tu amigo de Angol. Cuéntale que estuviste hablando conmigo”, dice a modo de despedida. Gracias por no llamar a la PDI, pienso.
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