“… y después de cuarenta días y cuarenta noches
de diluvio, la lluvia se detuvo. Entonces en lo alto de la montaña
apareció la señal: un hermoso arcoíris.
Dios había hablado. Se comprometió a nunca más
destruir a la humanidad con un diluvio. Siempre que volviera aparecer el
arcoíris, sus hijos recordarían por siempre ese compromiso… “.
En eso pienso mientras riego el jardín y trato de
recordar las leyes física que explican ese fenómeno.
Me basta presionar la punta de la manguera y lograr el
ángulo exacto de luz para que aparezca un pequeño arcoíris. Dios está en mi
jardín cada vez que salgo a regar el pasto.