miércoles, 16 de enero de 2013

No es fácil ser agnóstico



La Paula me llamó como a las dos de la mañana. Alcanzó a decirme que su abuelo no resistió más en la clínica y se fue para siempre. ‘Nunca más lo voy a ver. Jamás. Se fue para siempre’, me dijo llorando pegada al teléfono.

Ahora la miro en la iglesia y el dolor no se detiene. Adelante están su hermana Camila y su mamá. Se ven muy tranquilas. Tristes, pero tranquilas. La Paula en cambio no para de llorar. Toda la tarde han tratado de calmarla, pero nada.

Su mamá le dice que esté tranquila, que tenga fe. Que recuerde que algún día se va a poder reunir con su abuelo en el cielo. Le pide que confíe en Dios y que le pida consuelo. La Paula sólo sonríe.

Sé que esas palabras no le sirven de nada. La Paula es agnóstica. No le ha contado a su madre. Sabe que ella se moriría de pena. Para la Paula su abuelo se fue para siempre. Tiene la certeza de que nunca más lo va a volver a ver. Siente que no hay nada más allá de la muerte y que eso del cielo y el infierno son sólo historias con buenas intenciones.  

La Paula se sienta junto a mí. La abrazo y le acarició el pelo. Esa es mi forma de consolarla. Ella no hace más que llorar. “No es fácil ser agnóstico”, me dijo una vez cuando conversamos sobre la fe. Recién ahora lo entiendo.


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