“Diez de la mañana en Los Ángeles. Viajo en
colectivo rumbo al centro. No sé bien dónde empezar a buscar. Creo que la Plaza
de Armas es un buen comienzo. Frente a la plaza está el edificio de la Seremi
de Educación. Ingreso. En informaciones me atiende un funcionario de pelo cano.
Muy amable me cuenta que la persona que yo busco trabaja a solo unas cuadras
del centro. Me puedo ir caminando si quiero. Anotó la dirección y camino. No me
cuesta nada ubicar el colegio. Observo el frontis. Me amargo de a poco. Parezco
un delincuente y solo soy un hombre buscando a su padre después de 33 años.
Doy dos vueltas por alrededor del colegio y luego
me voy a una plaza cercana. Me siento en una banca y me pregunto un montón de
cosas. Sigo sin entender cómo alguien puede vivir tranquilamente sabiendo que
tiene un hijo al que nunca ha conocido o buscado. No entiendo cómo puede dejar
pasar los años sin saber en qué condiciones vive ese hijo.
Cerca de la una de la tarde decido volver al
colegio y sentarme junto a la puerta, como un apoderado más que espera a algún
alumno. Me tiemblan las piernas. Espero que aparezca ese hombre que conocí a
través de una fotografía y así poder abordarlo. Tengo una inmensa amargura. No
merezco pasar por esto. Nadie lo merece. El reloj avanza. Salen alumnos,
apoderados y algunos profesores.
Cuando ya perdía las esperanzas, aparece el hombre
de la fotografía. Sale rápido. Viste de pantalón de tela, camisa clara y un
chaquetón azul. Se me aprieta la garganta. Me paralizo. Reacciono en segundos.
Sé que puede ser mi única oportunidad de hablarle. Me preocupa su reacción, que
no me deje hablarle y sigan en mi cabeza las mismas interrogantes que me han
acompañado por años.
Lo sigo por varias cuadras. Lo veo entrar a un
pequeño negocio. Se demora un par de minutos y sale. Pasa junto a mí. Camina
rápido. Llega hasta un servicentro. Lo espero. Lo observo de lejos. Sale
nuevamente a la calle. Es la oportunidad. Camino rápido. Lo alcanzo. Camino
junto a él. No sé qué decir. Le pregunto por su nombre. No responde. Le digo
quien soy y de dónde vengo. Le doy el
nombre de mi madre. Le digo que soy su hijo y que quiero conversar con él. Sólo
ahí se detiene y me mira a los ojos".